Mi proyecto en aquel momento era muy interesante y de gran envergadura. Lo que me proponía era sumamente sacrílego y diabólico.La idea era la siguiente. Encontrar una joven novicia, dedicada en cuerpo y alma a servir dios en todo momento, ganar su confianza, entrar en su vida y, finalmente, iniciarla a los placeres de la carne. Transformar esta débil criatura en una lujuriosa hija de dios.
Me gustaba.
Las presas estaban disponibles en número considerable en el ambiente que frecuentaba, había multitudes de figuras negras con sus velos y rostros angelicales que comunicaban pulcritud y belleza interior.
Sus miradas eran pacificas, sus gestos mesurados y su piel blanca y pura como la nieve. No todas eran bellas pero, hasta las más “feúchas”, emanaban esta aura celestial característica del “ amplexo de los santos”. Esta misma apariencia de santidad despertaba en mi mente ganas de transgresión y violación de aquella paz. El demonio que se había apoderado de mi voluntad quería corromper estas cándidas criaturas por puro vicio. En todo caso la idea me gustaba.
Ir en contra del bien con la exaltación del malvado.
Debería planear todas las acciones muy cuidadosamente; escoger el sujeto, una monja joven y atractiva; entrar en su vida, llegar hasta el más profundo de su alma, ganarme su intimidad, seducirla sin que se diera cuenta y despertar en ella lo más oculto superando sus profundas creencias religiosas.
La tarea resultaba muy difícil y al mismo tiempo entusiasmante. No sabía con certeza si iba a necesitar ayuda, pero, en todo caso, esto era algo posterior. Lo que necesitaba era un planteamiento claro, preciso y previsor. Cualquier acto tendría que ser mesurado, calculado, previamente ensayado para evitar errores que pudieran comprometer el éxito final de tan ardua empresa.
